Estoy leyendo estos días un libro que compré hace tiempo, empecé a leerlo y lo dejé metido en un mueble de esos que nunca abres porque sabes que sólo metes ahí lo que no te interesa. El caso es que volví a empezarlo y me está dando qué pensar.
¿Seguramente lo dejé allí guardado porque no entendía su argumento con 20 años? me sorprende pensar eso de mí, pero es la realidad, estaba más en otras cosas y no me paraba a pensar en cómo somos las personas, tal vez porque tampoco había conocido a tantas, pero cinco años después no me sorprendo ante lo que me están descubriendo las páginas de este libro, sino que lo que me atrae es que sus historias no pertenecen a ningún tiempo concreto o lugar, ni tampoco a unos personajes con nombres y apellidos, sino a todos ellos, lo que las hace tan mías como del autor y de cualquier otro que las lea.
Y eso es lo que más me está gustando. Personajes que se cruzan en la vida de otros, algunos por un tiempo muy corto y otros durante toda la vida; gente de la que dependíamos y que olvidamos con el tiempo, por culpa de otras obligaciones o en busca de otra vida, y a las que luego regresamos para dar un último adiós ahogando con lágrimas nuestro sentimiento de culpabilidad; trenes que salen todos los días a la misma hora y con el mismo destino, un viaje rutinario de cientos de personas que entrecruzan sus vidas durante lo que dura ese trayecto, que se hablan, se cuentan su vida y que de la forma más incómoda tienen que decir adiós, hasta nunca, cuando el tren ha parado en su destino dando paso al silencio y a los pensamientos "¿qué habría pasado si...?"; personas que viajan en el mismo tren, a la misma hora y con objetivos tan distintos; si pudieramos escuchar lo que piensan esas personas... un hombre que espera encontrar a su llegada en el andén a la mujer a la que tantas cartas le ha escrito, la que le ha prometido que estaría allí, pero él se pregunta si realmente estará, si no habrá olvidado ya todas las cosas que se han dicho; o el que viaja buscando la ciudad en la que ha crecido, que hace años que no ve y piensa si seguirá aquella tienda de juguetes en el mismo sitio, o si la arboleda que se veía desde la ventana de su cuarto seguirá allí o habrán edificado casas modernas. O aquél que está huyendo de la pobreza y espera encontrar asilo en un nuevo país, qué pensará ése para el que no existe el futuro y que sólo quiere olvidar el pasado, cuánto le importará el tiempo que pueda aguantar vivo.
También hay en esas historias trenes más oscuros, llenos de gente que se aprieta de pie, sudando, nerviosos, sin un asiento donde descansar, que han pasado meses sin dormir escondidos en una habitación clandestina, esperando que llamasen a la puerta y entrasen para llevárselos. Son trenes sin regreso, que los llevarán a un campo de concentración cuyo nombre ni siquiera han oído en la vida, pero que después de meses allí de trabajo inhumano se convertirá en un nombre maldito, y que años más tarde sus familiares recordarán y visitarán para intentar olvidar lo que allí pasaron sus padres y hermanos.
También los hay que nunca cogerán el tren que les de la oportunidad de otra vida, los que saben que todo podría ir mejor, pero están tan acostumbrados a obedecer las reglas de la sociedad, lo que se espera de ellos, que no se atreven a dar el paso. Son los que siempre se lamentarán, porque saben que son mejores, o al menos piensan que podrían aspirar a más, pero nunca lo hicieron por miedo o rutina. Y lo peor es que siempre se encontrarán con aquél igual que ellos, que nunca decidió irse de la ciudad, que permanerció allí sabiendo que podría haber sido más feliz; los mirará y les dirá "ves que la vida te puede dar otra oportunidad, cógela, no hagas como yo y vete de aquí"
Qué razón tiene este hombre, cada día me gusta más.
sábado, octubre 14, 2006
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